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Hagamos de la felicidad un hábito

  • Pilar del Rosario
  • 27 jul 2015
  • 2 Min. de lectura

A lo largo del día tenemos alrededor de unos 4.000 pensamientos y muchos de éstos están distorsionados, son negativos, no nos hacen sentir bien. El problema surge cuando no somos capaces de controlarlos, cuando vienen de manera automática y no somos capaces de cuestionar su veracidad, sino que asumimos que son ciertos.

El primer paso para liberarnos de ellos es identificar estos pensamientos ya que de esta manera podremos aprender a cuestionarlos, modificarlos y hacer que sean más llevaderos, más benévolos y no nos “machaquen” constantemente. Por ejemplo: “soy un desastre”, “no caigo bien a nadie”, “nunca conseguiré trabajo”, “soy un fracaso”, “nadie se enamorará de mí”, etc… Este tipo de pensamientos nos maltratan y nos hacen sentir realmente mal, pero lo más grave es que vivimos con ellos, nos acostumbramos a ellos y llegamos a creérnoslos. ¡Hasta llegamos al punto de aceptarlos!

Imaginemos que nuestro mejor amigo, nuestro hijo, nuestra madre, hermana o cualquier persona que queremos nos dijese sobre ellos mismos algunas de las cosas que nos decimos a nosotros mismos, seguramente les diríamos que no es cierto, les enumeraríamos las ocasiones o los momentos que contradicen ese pensamiento machacón. Les animaríamos a cambiar su forma de pensar ya que muchas veces no es realista y suele exagerar o tergiversar la realidad.

El problema probablemente viene de la educación que hemos recibido, esta educación que nos han inculcado que se centra en lo negativo en vez de potenciar lo positivo. Estamos más acostumbrados a fijarnos en lo que hacemos mal, con la excusa de corregir, mejorar y claro que hemos de corregir y mejorar aquello que consideremos pero a la vez podemos darnos una palmadita en la espalda cuando hacemos algo bien, reconocer nuestros logros, nuestro esfuerzo. Cuando nos enfrentemos a situaciones difíciles hemos de ser capaces de cambiar de actitud, de reflexionar, de utilizar el sentido del humor y así poder probar nuevas estrategias que nos puedan ayudar a superar las situaciones que se presenten.

Aprendamos a quereros un poquito más, a aceptarnos tal como somos, con nuestros defectos y con nuestras virtudes. Convirtámoslo en un hábito y este hábito sin darnos cuenta nos hará más comprensivos, más tolerantes y sin duda más felices.


 
 
 
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